Freddy Omar Durán
Aspiraron a la llegada del día del retiro glorioso, en el que con una digna pensión pudieran al menos cubrir su subsistencia, así fuese de la manera más humilde. Pero la dura realidad del día a día les indica a las personas de la tercera edad que eso no será posible en la Venezuela de hoy.
Recogiendo lo que cosecharon, o por una sonrisa de la suerte de ser atendidos en lo económico por familiares o gente cercana, o la seguridad de ser productivos aún con unos cuantos años a cuestas, después de la sexta década, algunas personas tendrán garantías de una decente vejez; no obstante interactuando con contemporáneos saben perfectamente que su ventura no está generalizada en nuestro país.
Tal vez su nula, escasa, o poca actividad no resienta la economía de un país; y no por ello resultan invisibles: Con una juventud en migración, y hogares en los que no se van a resignar a encerrarse pues hay que salir para continuar en la brega, a los jubilados se les reconoce en pleno trajín en la calle.
Si a la economía del país le da resfrío, a la de las personas de la tercera edad les da neumonía presupuestaria.
Una que otra vez los jubilados salen a marchas en las que solo ellos asistan; siempre se unen a la de los empleados públicos luchando por reivindicaciones salariales, pues no quieren que ellos padezcan en un futuro sus actuales urgencias. Otros prefieren callar sus penas, aunque sus rostros son elocuentes, por falta de ánimos, o porque no están para tanta bulla, o simplemente por descreimiento en la efectividad de este tipo de manifestaciones.
De la caridad
Algunos se paran pensativos en las esquinas, calculando la mejor manera de aprovechar la pensión que a final de mes les cayó en la cuenta bancaria; un “cuadre de bolsillo” algo difuso, y más de expertos económicos, pues no solo incluye la tienda con el mejor precio, sino la que a sus bolívares les ofrezca el mejor valor, frente a la desventaja en que se encuentran frente al dólar o al peso.
En esa situación encontramos a Alberto Duque, de 70 años, quien muy tímidamente pedía por algo para el pasaje, pues no puede andar en mucha caminadera ya que se ahoga, por razones de salud, que una consulta médica, si la pudiera pagar, determinaría.
Hacerse un largo tramo desde el barrio San Carlos hasta Pirineos Uno valió la pena, porque una señora amiga le regaló un mercadito, que envolvío en una bolsa negra, y un poco de jabón en el bolsillo trasero de su pantalón.
— Todo el mundo anda igual. Está bien que uno ganara 130 bolívares, pero que rebajen todo. Eso equivale como a 22 mil pesos, ¿y cuánto cuesta un kilo de carne? 28 mil; ¿un kilo de pollo?, ¿una harina? Ya va para los 6 mil. Pedir me toca— confesó Duque.
Sus hijos tuvieron que emigrar a Colombia, y a ellos no pide nada, pues apenas lo que hacen lo dedican a sus necesidades por allá. En sus años mozos se dedicó a diversidad de oficios, ya que su estado de salud no le permite ejercer.
—Yo trato de cambiar mi menú todos los días -afirmó con cierta ironía-. Un día es huevo, arroz y plátano, y a veces cambiamos por plátano, arroz y huevo.
Admite que los bonos del Sistema Patria frecuentemente los recibe, los cuales no cree que compensen mucho los montos de su pensión. Además se queja de que con la tarjeta de débito, no halla la mejor manera de cancelar sus compras.
— ¿Cómo es posible que si uno paga por tarjeta te sale un precio, y si es por pago móvil te sale otro precio superior?
Apoyo de los hijos
Los hijos no dejan desamparada a Miriam Fuentes Mendoza, y eso lo agradece, ya que no todas las contemporáneas, por una u otra razón, cuentan con tal bendición.
Apenas comprueba en su celular que su cuenta bancaria se abulta en bolívares, lo primero que piensa es en convertirlos a moneda extranjera.
— Me rinde más convertirlo en pesos que gastarlo en bolívares, para las cositas, porque para el día a día, nada. Hacer eso te implica buscar a ver quién lo hace, y que no te tumbe. Lo último que gasté con eso no fue ni para un cartón de huevos, para un cuarto de queso y algo más.
Personalmente no espera que la situación de la gente de la tercera edad la arregle el gobierno, su esperanza radica en que la población cobre consciencia de lo que está pasando y actúe.
— Esto uno toma conciencia de que no lo arregla ningún gobierno; esto es nosotros mismos, con mente clara en lo que queremos, a partir de esto que se está formando que es civilidad— afirmó Mendoza.
Consideración a los emprendedores
Desde que arribó al país, proveniente de Chile, hace 47 años, Roberto Geovanis ha sido un emprendedor, y los frutos de esos esfuerzos hacen posible que a los 74 años no padezca un presupuesto acosado.
— Yo me vine a raíz de la dictadura, que no tiene nada que ver con lo que dicen por acá que es la dictadura. Si esto fuera una dictadura no estaríamos disfrutando de la Feria, y de muchos líderes de la oposición no conoceríamos ni su paradero. Gracias a Dios llegué al Táchira, a San Cristóbal, una ciudad bellísima y muy solidaria y fui emprendedor desde el primer día aquí, soy ingeniero químico y casi no ejercí mi profesión acá y trabajé de forma independiente, desde vender en la calle vajillas y aires acondicionados, hasta que al fin trabajé con fibra de vidrio, me independicé y monté un taller de confección que administran los hijos, a los cuales asesoro continuamente— comentó Geovanis.
No desconoce la situación difícil y las restricciones atravesadas por los tachirenses de la tercera edad; pero no se pliega al argumento de que “todo es culpa del Gobierno”, en tanto considera que factores externos, como el bloqueo económico por parte de EEUU, sí inciden en el deterioro de la calidad de vida del venezolano.
–Hay razones políticas externas que no se pueden negar tampoco; las crisis no son eternas; esto tendrá su fin, y yo creo que si se levantan las sanciones eso va a ir en favor de la parte social, de la parte educativa, y por ahí va la cosa—agregó Geovanis.
Independientemente de la edad, la lucha por la sobrevivencia debe continuar en su concepto, y dejarse morir de hambre no puede ser una opción.
–Hay gente que ha emprendido, y está difícil las circunstancias, sobre todo de los educadores, con un sueldo que es precario, pero otros han emprendido y encontrado la manera de complementar su sueldo.
No obstante, sabe que los que como él han perseverado en el negocio familiar, y no se conforman con una pensión, y además de esta manera atienden la invocación del Gobierno nacional de ser más productivos, hoy en día se enfrentan a obligaciones fiscales y de servicios públicos nada halagadoras.
— Hay una situación del pequeño empresario con los servicios públicos; nos tienen ahorcados, pues que están anclados al petro o al dólar, y resulta que nuestro ingreso no lo tenemos anclado ni al dólar ni al petro, sino al bolívar. No es justo que con lo poco que uno recibe de tu trabajo, te salgan con una cuenta de luz de 300 bolívares, y el arriendo a pagar en dólares, más el condominio, y el agua increíble: de 400 bolívares un recibo, te suben a mil, y el otro a 3.100 bolívares. El Gobierno nos dice “hay que producir”; pero con ese costo de los servicios no da la base, y yo le digo a tal funcionario y me dice “consígueme 200 mil pesos y yo te soluciono la situación”; pero eso no debe ser así y nadie le pone un atajo a eso.
Todavía trabajando
A Graciano Cañas Ramírez, de 66 años, jubilado de la Guardia Nacional, su única pensión equivalente al 100 por ciento del sueldo con el que se retiró, no le alcanza.
Aún tiene dos niñas por las que responder, y si bien les ha garantizado una buena educación privada, ya cuando pasen a la universidad, poco les promete.
–Hacemos de tripas corazón, viendo cómo sobrevivimos. La pensión que nos están dando no alcanza para nada, y nos toca esperar una solución que de seguro la están buscando. Hay que ver para creer. Tengo dos niñas menores de edad estudiando en liceo privado y no alcanza la plata. Una ya va para la universidad, pero no la puedo enviar siquiera a la pública porque ni los pasajes se los puedo cubrir—puntualizó Ramírez.
Con un empleo en una fábrica de bolsas se mantiene activo, y de paso no permite que la pobreza lo arrastre. Para él una pensión de 2 mil bolívares serviría, siempre y cuando no la devore la inflación.
— De a poquito a poquito se va comprando algo con la pensión, y aparte de eso yo cuento con un empleo. Y a mí me gusta estar activo, y trabajo; pero hay otros compañeros que andan como mendigos en la calle. Esa es la plena realidad. ¿Cómo se hace? Si 200 gramos de café son 10 mil pesos y un kilo de tomate 7 mil pesos— aseveró.