
Cientos de personas suben los fines de semana de enero a la parte alta de San Cristóbal. Mora tenía tiempo sin visitar la Feria. A esta cita acuden los familiares y amigos que Mora elige por ser “trabajadores, divertidos y con ganas de relajarse”
Daniel Bueno
Tras un largo viaje desde La Grita, Javier Mora llegó con su grupo de familiares y amigos al centro de San Cristóbal con la intención de buscar la buseta que lo llevaría a la Feria Internacional de San Sebastián. Tenía ocho años sin venir al evento de enero.
Al llegar al Centro Cívico escuchó que varios jóvenes colectores ofrecían la ruta “directa” y “rápida” para llegar a la parte alta de la ciudad. Tras hablar con su grupo, decidieron subirse al bus de Pueblo Nuevo. Los recibieron con música vallenata. Mora al preguntarle al chófer el porqué de ese género musical, el mismo le confesó que era uno de sus preferidos y también era propicio por la visita de los hermanos colombianos al Táchira. Mientras se llenaba la unidad, Mora pudo ver que se subían varios vendedores con distintas golosinas para que el trayecto fuera “más placentero”. Tras una espera de 20 minutos, el bus partió del centro con destino al Complejo Ferial. En el trayecto, Mora observaba que la mayoría de los que iban a la Feria eran jóvenes quienes iban en grupo o en parejas y cuya vestimenta distaba un poco de lo que eran estas fiestas en su “edad de oro”. Mientras detallaba con sutileza los looks llegó el colector a cobrar el pasaje, quien le indicó que eran 2 mil 500 pesos por persona por ser una temporada especial.
Al llegar al destino, Mora y compañía se sorprendieron al ver un mar de gente transitando por el “Barrio Chino”, la mayoría de ellos llevaban su cava con bebidas para hidratarse por el sol intenso que estaba haciendo en la tarde y también se podía ver una bolsa con chucherías y palomitas de maíz. Al verlos, a Mora le provocó tomarse una bebida bien fría, la cual a lo lejos se oía que vendían 3 unidades por 8 mil pesos. Al llegar al punto de venta Mora escuchaba que eso era una promoción que en otro lugar del Complejo Ferial no iban a conseguir. Le pidieron al vendedor 9 unidades y a lo que él abrió el pote, se podía observar la cantidad de botellas que aún tenía y cómo el hielo se derretía sobre cada una de ellas. Mora le agradeció al vendedor y siguió con dirección al parque de atracciones, ya que los niños que llevaba su mejor amigo querían subirse a las “sillas voladoras de grandes”.
Para Mora y compañía cruzar al parque mecánico fue toda una odisea, porque tenían que esquivar a los carros y motorizados que estaban circulando por la vía, al punto de que a un tío de Mora casi se lo lleva un motorizado pero los reflejos al estilo “Flash” de su sobrino lo salvaron de una tragedia.
Al pasar ingresaron al parque de atracciones, los vendedores ofrecían a los niños juguetes, algodón de azúcar y burbujas a “buenos precios”. Mora se quedó admirado de ver la cola que había para comprar los tickets. Él se colocó a hacer la fila mientras conversaba con un grupo familiar que tenía tres niños, les preguntó que cómo hacían para montarlos en todas las atracciones mecánicas y la pareja le contestó que no los podían subir a todos, que entre los dos habían reunido dinero para subirlos en dos atracciones a cada uno porque la idea es que ellos puedan vivir parte de la infancia que nosotros vivimos en la Feria.
Emocionado, él les preguntó que cómo hacían si a los infantes les provocaba algo, a lo que ellos respondieron con lágrimas en los ojos que ya habían hablado con ellos en la casa y que venían un rato al parque de atracciones y luego iban a la casa a comer arepas. Mora se emocionó y les terminó brindando un algodón de azúcar a cada uno de los niños, pero antes les preguntó qué color querían porque había rosado, azul y morado; pero los tres infantes decidieron elegir el azul porque era el más “llamativo y grande”.
Al llegar a la taquilla el panadero preguntó por el valor de los tickets y el vendedor le respondió que cada boleto tenía un costo de 5 mil pesos y se requería uno por atracción.
Él compró los boletos y se los entregó a su mejor amigo, quien les preguntó a los niños que a cuál atracción se querían subir primero, a lo que contestaron nuevamente con alegría y brincos que querían subirse a las sillas voladoras. Los menores de edad hicieron la fila y cuando les tocó el turno, salieron corriendo a elegir su silla.
El joven verificó que todo estaba bien y oprimió el botón rojo que se veía que estaba nuevo al igual que las luces que conformaban la atracción mecánica, que hacían cambios a medida que avanzaba el tiempo. Poco a poco las sillas voladoras comenzaban a elevarse y se podían escuchar los gritos de miedo y emoción de los niños por dar vueltas una y otra vez.
Tras estar más de una hora en el parque y luego de que a los infantes las payasitas les pintaran las caritas, Mora y sus acompañantes partieron en dirección a Asogata para disfrutar de la Feria Agropecuaria, evento por el cual decidieron venir de La Grita, ya que querían ver al ganado tanto venezolano como colombiano.
En el trayecto, Mora pudo notar la cantidad de puestos ambulantes que había en el lugar y los que más predominaban eran los de comida. Entre la diversidad de olores y sabores, el que más llamó su atención fueron los puestos de perros calientes. Al pararse en uno de ellos con su “tropa” le iba a preguntar a la vendedora por el costo cuando vio un aviso grande que decía que costaban 4 mil o 5 mil pesos, con la bebida. El sujeto de 1.82 metros le pidió ocho perros a la señora y mientras ella sacaba los ingredientes pudo notar que las personas que estaban a su alrededor botaban los vasos y bolsas de pepitos a la calle, lo cual lo hizo molestarse y fue a reclamarles y los jóvenes le contestaron que para eso la Alcaldía limpiaba más tarde, que la Feria era para disfrutar.
Mora, enrojecido como un tomate les reclamó que no les costaba nada depositar o guardar el desecho en alguno de los potes de basura ubicados en el lugar. Ellos le seguían contestando y Mora se molestaba más y en eso apareció como Gasparín su mejor amigo, quien le dijo que se tranquilizara y que la comida ya estaba lista.
El amigo se lo llevó, le brindaron otra ronda de bebidas que consiguieron más barata, en este caso fue de 4 unidades por 10 mil pesos, dijo riendo el amigo cuando recordó la promoción que el señor les había dicho cuando llegaron.
Al finalizar de comer, el grupo le agradeció a la señora y le desearon que vendiera todo. Posteriormente se acercaron a las taquillas de Asogata, allí les indicaron que el valor de la entrada eran 5 mil pesos, un dólar o su valor en bolívares de acuerdo a la tasa del BCV.
El tío de Mora preguntó que si los niños cancelaban, y la vendedora le indicó de manera amable que dos de ellos si tenían que cancelar. Le entregó un billete de veinte dólares y ella le devolvió el vuelto en pesos.
Al ingresar a Asogata, Mora estaba más tranquilo y notó lo concurrido que estaba el óvalo. La escena era la misma, personas con bolsas de comida y en familia viendo las distintas ganaderías en las cuales se encuentran 300 ejemplares venezolanos y 75 animales colombianos.
Mora y su grupo se acercaron al ganado para tomarse fotos y llevarse el recuerdo de que habían estado en la Feria Agropecuaria 2023.
Al salir, se percataron que estaba llegando más gente al Complejo Ferial y la mayoría de ellos eran jóvenes que por su aspecto parecían menores de edad y al señor le preocupó porque a lo que giró la cabeza para ver su reloj, se dio cuenta que iban a ser las ocho de la noche.
Siguieron su camino con dirección a los Pabellones y en el trayecto había una señora de unos 24 años con unos niños de aproximadamente 5 y 8 años que estaban pidiendo dinero para comprar comida, ya que no tenía qué darles a los niños esa noche, le dijo la mujer entre lágrimas a Mora mientras le tomaba el brazo. Él les dijo que dinero no les iba a dar, pero si querían les podía comprar unos perros calientes. A los niños les brillaron los ojos como un sol radiante y se fueron con Mora, quien les regaló el alimento y al final le dio dinero a la mujer para para tuviera que darles a los pequeños al día siguiente.
Al llegar a los Pabellones había una fila de gente que quería ingresar al recinto para disfrutar de la discoteca móvil y el concurso ‘Yo Me llamo en La Feria’ que se lleva a cabo en la tarima principal. Al llegar a la taquilla le indicaron que el costo de la entrada era de 5 mil pesos y que tenía varias opciones de cancelar. Mora y su grupo pagaron los boletos e ingresaron a los pabellones, que para sorpresa de ellos, se parecía al recinto de hace muchos años atrás, lleno de vendedores, gente con diversas opciones para cancelar pero la mayoría de los asistentes estaba como “la familia miranda” porque el poder adquisitivo cada vez es menor, así le manifestaron algunos de los ciudadanos quienes descansaban a la salida del Pabellón Venezuela.
Mora y su grupo efectuaron el recorrido y al salir se quedaron un rato viendo el concurso de los dobles de los famosos, aplaudieron a sus favoritos y ya cansados decidieron irse a la casa de un familiar que vive por los lados de Santa Teresa. Al llegar a la casa, Mora saludó con un fuerte abrazo a su tío, quien le preguntó que cómo había visto este año la Feria. Mora se quedó analizando la pregunta y al final le contestó que en la Feria se puede conseguir y ver de todo pero los ciudadanos están haciendo el esfuerzo por mantener la tradición a pesar de las dificultades económicas, ya que el reino se desvive por San Sebastián, no por el patrono sino por su Feria.