Hugo “Tato” Saavedra*
“Hace siglos, los griegos establecieron el concepto de Democracia, al interpretarla filosóficamente, luego de su diaria práctica en la Polis. Al darse cuenta que las personas que conformaban su Imperio se reunían públicamente y tomaban decisiones en mayoría, y que eran trascendentales para su orden y desarrollo propio, entablaron ese sistema como el único viable y aplicable, para la eterna disyuntiva humana de cómo se deben dirimir las controversias y diferencias, desde una riña familiar, hasta la actuación de Gobierno más importante.
Claro que no se trataba de dejar todo a la opinión popular, pues existían por supuesto órganos encargados de llevar la Justicia, la Ley y la Administración de forma oficial; pero estas instituciones trabajaron en base a ese concepto del “Gobierno del Pueblo”, en su devenir diario, como sistema de ejercicio del Poder Político.
A nuestro país, este concepto no llegó tarde. Ya con la marcada influencia de los pensadores de la Edad Media, cuyos escritos alcanzaron estas tierras por el contrabando literario de la época de la conquista, nuestra Nación en formación se vio primero dada a la tarea de independizarse de la Corona española. Pero luego de lograrlo, la Democracia como concepto, aun estando presente, no había nacido todavía en Venezuela.
El Caudillismo marcado en la Cosa Pública, durante más de 100 años en nuestra patria, no permitía que esa Democracia, conocida desde la antigüedad helénica, pudiera nacer, desarrollarse y crecer como era debido, pues la pesada y sanguinaria bota del militar andino y venezolano no lo permitía.
Pero la Democracia es fuertemente resistente, y a Dios gracias, obstinada. La Democracia como percepción y como verdadero Poder Ciudadano, luego de que germina, no deja de crecer nunca, así la pisoteen, la maltraten y dejen de regarla. Es un cuerpo vivo, autosuficiente, multiforme, hermoso e indestructible, que se sostiene aún y a veces solo de la esperanza de aquellos que le vemos como la única forma posible de vivir en paz.
Esa Democracia, aun estando en modo unicelular, quedó sembrada en Venezuela, en hombres y mujeres, que la tomaron desde la conocida generación del `28, como su valiosa bandera de lucha, y que gracias a ellos, fue que logró nacer definitivamente, un 23 de enero de 1958, en nuestra República.
Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, Andrés Eloy Blanco, Raúl Leoni, Miguel Otero Silva, Pio Tamayo, Rafael Caldera, Gustavo y Eduardo Machado, y otros tantos insignes venezolanos, gestaron la heroica batalla de las ideas y la acción política, para derrocar definitivamente ese caudillismo brutal y sangriento, que ya era más que centenario en nuestro país, en esa década de los años `50, del Siglo 20.
Al caer destronado el michelenense dictador, General Marcos Evangelista Pérez Jiménez, emerge definitivamente la Democracia en Venezuela. Allí logra luego de este hecho, por primera vez, ver la luz de la vida en nuestra tierra bendita, esta magistral creación griega. Fueron 40 años en los cuales cuidamos a esta distinguida Dama, con aciertos y errores, pero que nunca fue atacada para asesinarla, hasta la llegada nuevamente del golpismo militar asesino.
Sí. El fatídico 4 de febrero de 1992 fue la fecha de promoción del ataque más feroz e infeliz al cual se ha visto sometida nuestra hermosa y distinguida Dama Democracia. Ese caudillismo que se creía ya liquidado para la historia, y que se leía solo en libros, revivía de nuevo ya política y públicamente, en 1998. Y revivió para lo único que sirve: ¡Hacer daño!
Durante los últimos 25 años, muchos han dicho que la Democracia murió en Venezuela. Pero no lo creo así. Seguro estoy que no ha muerto, pero seguro estoy también que sí la han intentado asesinar millares de veces. Y no solamente los salvajes corruptos golpistas del `92, sino también un pequeño grupo humano, que autodenominándose “demócratas” usan el nombre de nuestra Doncella para cometer sus fechorías tan igual o peor que los caudillos golpistas, pues saben muy bien que si lograran lapidar nuestra Democracia, matarían también la República; y los restos que queden, los disfrutarían como los asqueantes carroñeros que son.
Pero no. No ha muerto la Democracia poética y real del `58. No puede ni debe sucumbir la esencia libertaria de un país, que todavía en el alma de cada uno de sus ciudadanos, se conserva con honor el sueño de vivir en paz, en digno trabajo, en Familia, en Justicia y en Progreso.
Que no muera el pensamiento de los padres y madres de la Democracia venezolana. Que no muera nunca el diario anhelo, de derrotar nuevamente, ese atroz caudillismo absurdo, que se esconde hoy bajo la “mampara” del aberrante Socialismo del Siglo 21.
No la dejemos morir, pues moriría nuestra patria. Siempre seremos más los demócratas que los caudillos. Unifiquemos esfuerzos, y que sea la Polis venezolana la que decida en mayoría la fórmula para salvar a nuestra digna Dama Soberana, que solo espera de la acción de sus compositores vivos hoy día, para regresar más fuerte que nunca, en estos sus primeros 65 años de vida venezolana.
*Abogado y Politólogo.
Diputado de la Asamblea Nacional Venezolana.